December 16, 2014
Realidades sin identidad (El hilo Rojo).
Navidad
El Sol va ocultándose lentamente, mientras la noche empieza a lanzar su oscuridad a pasear por las calles, para ir conquistando plazas, y espacios; las sombras empiezan a dibujar las figuras de los objetos y personas, a seguirlos en sus desplazamientos erráticos; los observadores ociosos que miran los devenires de las almas, están absortos en un caleidoscopio neutro. De colores ocre y gris se tintan las paredes de edificios estáticos; y de luces de colores, los establecimientos donde se comercian ilusiones nunca satisfechas.
En un comercio de deseos insatisfechos suena música de Mozart, las ondas se expanden hasta la calle bulliciosa y densa avenida, donde son esparcidas por una suave y fría brisa. Los árboles están vestidos de luz tecnológica y coloridas guirnaldas.
En otro pequeño comercio la música de mecano disputa con los villancicos tradicionales de una zapatería, y el Rock de un comercio de ropa. La atención de las sombras que acompañan paseantes dubitativos y curiosos, es total, siempre dibujando sus contornos en movimiento en el suelo.
Remedos de felicidad social, continuidad de costumbres en un mundo cambiante y absorbente.
Los gatos, deambulan entre las sombras con sus pupilas dilatadas. Algunas hojas que se resisten a caer sobre la calzada, pero sienten su atracción fatal, ven cambiar su color y su tersura con resignación, sin convencimiento.
El hilo rojo se expande con celeridad sobre las almas y costumbres.
Nadie puede verlo, no porque no exista, es porque las miradas están hacia dentro, incluso cuando miran la vida, se miran a sí mismos.
Son realidades sin más identidad que aquella a la que sirven. Una identidad de tener, de pertenecer y de no cuestionarse demasiado.
Son las 6 de la mañana en una ciudad que despierta. Siente la pesada carga de un nuevo sol otra vez.
Se levanta completamente despierto. Buscando en el café caliente un poco de vida, huyendo de una soledad pesada y gris, y de unos sueños que se desvanecen entre pensamientos mundanos.
La mañana está fría y sombría, aún las sombras llenan los vacíos y parecen querer asentarse definitivamente en su cuarto.
Una toalla en el suelo hace las veces de una alfombra inexistente.
Sale a la calle sin rumbo, sus ojos miran una calle estrecha y corta....
La ciudad empieza a desperezarse y abrir sus ojos de neón y preparar sus mensajes subliminales.
Muy lejos de allí, una muchacha esta peinándose ante el espejo, sus ojos brillan y su corazón languidece.
Otra muchacha está trabajando en su despacho. Trabaja mucho para no pensar que está sola.
Un hilo rojo empieza a tejer su trama. Esta por todas partes, se interesa por ellos, se detiene y se acerca para envolverlos en su red.
Ellos no lo saben pero su destino se va a cruzar.
La vida y su hilo rojo ya los ha atrapado.
De vuelta a su habitación con la toalla por alfombra, busca huir de sí mismo, el hilo rojo ya mueve sus manos y le dicta palabras olvidadas.
La muchacha ha terminado de peinarse. Ya en el trabajo recuerda el brillo del sol; ese brillo especial que la nieve aumenta y multiplica.
Todos comparten una búsqueda, la de del amor y la compañía. Tal vez también incluso un poco de felicidad. Sea eso lo que sea.
Pero el hilo rojo no tiene piedad, es impersonal y para sus objetivos son ellos meras comparsas para que se cumplan los planes establecidos.
Una carta perdida llegará a uno de nuestros personajes.
Es una carta de amor de un niño triste, una carta que un día quiso escribir y no lo hizo; y la carta fue recogida por el hilo rojo para ser depositada en otro tiempo y lugar a otra persona.
Buscando huir de la habitación donde las sombras llenan los vacíos, el personaje de la ciudad se conecta a la red, a la red del hilo rojo.
Igualmente lo hacen las muchachas, el hilo rojo hace bien su trabajo.
La muchacha que trabaja mucho, siente el deseo de conectarse a la red. No sabe que está atrapada; piensa en sus viajes por su país y busca en la televisión una ventana a la vida extraña y lejana.
La música inunda las calles donde se crean espacios y se comparten estancias marcadas por la tradición y la continuidad, tan necesaria para retener la esencial pertenencia. Donde se citarán palabras que la brisa esparcirá alegremente.
Nadie está muy seguro que está haciendo; ni el autor de estas líneas, ni las sombras que lo dibujan, ni el frio esparcido por una noche que se encuentra tan cercana a las almas, que debe ser exorcizada con neones, canticos, bebidas, y regalos.
El sol lentamente inicia su paso por otro hemisferio mientras
los últimos restos de luz aún se reflejan en la nieve. Se reflejan también en el espejo de la joven que se peina con lentos y suaves movimientos. En la habitación donde una toalla descansa como una alfombra, cada día parece resistirse más la luz a entablar contacto con las sombras que desean tomar la habitación como su reino.
Sin embargo, las sombras se estremecen un poco al abrirse la puerta, ha entrado con su compañera la soledad, tras un paseo entre la luz y la penumbra, a un paso de la melancolía dulce, el sonido del mar todavía ocupa su atención desviada y errática.
La soledad desplaza al desamor de la toalla por alfombra, pugna con las sombras su lugar; y las sombras se repliegan sobre si mismas convirtiéndose en frio.
Un minúsculo atisbo de claridad estalla en la habitación cuando abre la ventana donde mira unas veces al cielo; otras al patio exterior donde los gatos se aman.
Una tenue luz sin calor empuja todos los sentimientos oscuros, arrinconando las sombras que se han vuelto frio; expulsando al desamor hiriente; exaltando sus pupilas haciéndolas brillar se acerca a su soledad, la atrae hacia sí y se toman de la mano mientras su mirada se encuentra con los ojos de la Luna.
El hilo rojo está en la habitación, se extiende y teje de tonos de esperanza las paredes, está depositando la carta que un día escribió un niño triste, la carta que nunca depositó en el buzón de los sueños, de las esperanzas y del amor.
La cálida melancolía dulce recoge la carta leyéndola a la soledad y haciéndola llorar, la emoción dibuja sus mejillas junto con alguna lagrima; siente de nuevo el mar en la boca y se aprieta contra su soledad, ahora la carta se encuentra en sus sueños.
©Angel 13-12-2014
En un comercio de deseos insatisfechos suena música de Mozart, las ondas se expanden hasta la calle bulliciosa y densa avenida, donde son esparcidas por una suave y fría brisa. Los árboles están vestidos de luz tecnológica y coloridas guirnaldas.
En otro pequeño comercio la música de mecano disputa con los villancicos tradicionales de una zapatería, y el Rock de un comercio de ropa. La atención de las sombras que acompañan paseantes dubitativos y curiosos, es total, siempre dibujando sus contornos en movimiento en el suelo.
Remedos de felicidad social, continuidad de costumbres en un mundo cambiante y absorbente.
Los gatos, deambulan entre las sombras con sus pupilas dilatadas. Algunas hojas que se resisten a caer sobre la calzada, pero sienten su atracción fatal, ven cambiar su color y su tersura con resignación, sin convencimiento.
El hilo rojo se expande con celeridad sobre las almas y costumbres.
Nadie puede verlo, no porque no exista, es porque las miradas están hacia dentro, incluso cuando miran la vida, se miran a sí mismos.
Son realidades sin más identidad que aquella a la que sirven. Una identidad de tener, de pertenecer y de no cuestionarse demasiado.
Son las 6 de la mañana en una ciudad que despierta. Siente la pesada carga de un nuevo sol otra vez.
Se levanta completamente despierto. Buscando en el café caliente un poco de vida, huyendo de una soledad pesada y gris, y de unos sueños que se desvanecen entre pensamientos mundanos.
La mañana está fría y sombría, aún las sombras llenan los vacíos y parecen querer asentarse definitivamente en su cuarto.
Una toalla en el suelo hace las veces de una alfombra inexistente.
Sale a la calle sin rumbo, sus ojos miran una calle estrecha y corta....
La ciudad empieza a desperezarse y abrir sus ojos de neón y preparar sus mensajes subliminales.
Muy lejos de allí, una muchacha esta peinándose ante el espejo, sus ojos brillan y su corazón languidece.
Otra muchacha está trabajando en su despacho. Trabaja mucho para no pensar que está sola.
Un hilo rojo empieza a tejer su trama. Esta por todas partes, se interesa por ellos, se detiene y se acerca para envolverlos en su red.
Ellos no lo saben pero su destino se va a cruzar.
La vida y su hilo rojo ya los ha atrapado.
De vuelta a su habitación con la toalla por alfombra, busca huir de sí mismo, el hilo rojo ya mueve sus manos y le dicta palabras olvidadas.
La muchacha ha terminado de peinarse. Ya en el trabajo recuerda el brillo del sol; ese brillo especial que la nieve aumenta y multiplica.
Todos comparten una búsqueda, la de del amor y la compañía. Tal vez también incluso un poco de felicidad. Sea eso lo que sea.
Pero el hilo rojo no tiene piedad, es impersonal y para sus objetivos son ellos meras comparsas para que se cumplan los planes establecidos.
Una carta perdida llegará a uno de nuestros personajes.
Es una carta de amor de un niño triste, una carta que un día quiso escribir y no lo hizo; y la carta fue recogida por el hilo rojo para ser depositada en otro tiempo y lugar a otra persona.
Buscando huir de la habitación donde las sombras llenan los vacíos, el personaje de la ciudad se conecta a la red, a la red del hilo rojo.
Igualmente lo hacen las muchachas, el hilo rojo hace bien su trabajo.
La muchacha que trabaja mucho, siente el deseo de conectarse a la red. No sabe que está atrapada; piensa en sus viajes por su país y busca en la televisión una ventana a la vida extraña y lejana.
La música inunda las calles donde se crean espacios y se comparten estancias marcadas por la tradición y la continuidad, tan necesaria para retener la esencial pertenencia. Donde se citarán palabras que la brisa esparcirá alegremente.
Nadie está muy seguro que está haciendo; ni el autor de estas líneas, ni las sombras que lo dibujan, ni el frio esparcido por una noche que se encuentra tan cercana a las almas, que debe ser exorcizada con neones, canticos, bebidas, y regalos.
El sol lentamente inicia su paso por otro hemisferio mientras
los últimos restos de luz aún se reflejan en la nieve. Se reflejan también en el espejo de la joven que se peina con lentos y suaves movimientos. En la habitación donde una toalla descansa como una alfombra, cada día parece resistirse más la luz a entablar contacto con las sombras que desean tomar la habitación como su reino.
Sin embargo, las sombras se estremecen un poco al abrirse la puerta, ha entrado con su compañera la soledad, tras un paseo entre la luz y la penumbra, a un paso de la melancolía dulce, el sonido del mar todavía ocupa su atención desviada y errática.
La soledad desplaza al desamor de la toalla por alfombra, pugna con las sombras su lugar; y las sombras se repliegan sobre si mismas convirtiéndose en frio.
Un minúsculo atisbo de claridad estalla en la habitación cuando abre la ventana donde mira unas veces al cielo; otras al patio exterior donde los gatos se aman.
Una tenue luz sin calor empuja todos los sentimientos oscuros, arrinconando las sombras que se han vuelto frio; expulsando al desamor hiriente; exaltando sus pupilas haciéndolas brillar se acerca a su soledad, la atrae hacia sí y se toman de la mano mientras su mirada se encuentra con los ojos de la Luna.
El hilo rojo está en la habitación, se extiende y teje de tonos de esperanza las paredes, está depositando la carta que un día escribió un niño triste, la carta que nunca depositó en el buzón de los sueños, de las esperanzas y del amor.
La cálida melancolía dulce recoge la carta leyéndola a la soledad y haciéndola llorar, la emoción dibuja sus mejillas junto con alguna lagrima; siente de nuevo el mar en la boca y se aprieta contra su soledad, ahora la carta se encuentra en sus sueños.
©Angel 13-12-2014
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