Las notas musicales
revoloteaban ahora, planeando por la percepción y la conciencia
o se hacían grandes
y sugerentes al movimiento, siempre volando y seduciendo
voluptuosamente.
Dentro del pecho y
jugando con los oídos, en los pies y las caderas.
Se palpaban las
ondas y se sentía su presencia, conectando el estomago directamente
con aquellos seres vibrantes.
Podía fundirme con
ellos y flotar y ondular y vibrar; Fuera del tiempo y lo cotidiano.
O cuando se volvían
poco rítmicos, mas melodiosos, melosos que te rodeaban, de muchos
tamaños y colores, siempre moviéndose juntos sin tocarse, como
bandada de pájaros en el cielo.
En ese momento te
elevas y vuelas con ellos, sin poder evitar el remolino que te
arrastra.
Las emociones se
suceden cuando tocan tu barriga, ellos mandan imponiendo su realidad
y sintonizando tu percepción con ella.
El toque lisérgico
magnificaba la experiencia y permitía conectar con aquellos duendes
juguetones
alegres, tristes,
melancólicos, plenos, felices, radiantes…
De pronto se cayeron
todos, el Réquiem de Mozart había terminado.
Ya se marchaba todo
el mundo a recorrer sus senderos, cuando sentí la imperiosa
necesidad de andar por la playa, estar en contacto con la arena y
escuchar el rumor del mar.
Me movía en una
densidad elástica, comprendí porque el Universo se estiró en el
mal llamado Bing Bang y sigue haciéndolo.
Esperé en un
semáforo que el rojo destellante pasase a verde, me alegró su
existencia, era bueno tener semáforos, los semáforos te asientan en
el ahora inmediato.
Ya en la playa me
quité los zapatos y me dirigí a la inquietante inmensidad del mar,
soplaba suave brisa que mecía su superficie como lo harían los
duendes de la música, que habían tomado vida durante el paso de un
tren.
Recuerdo los pies
hundiéndose en la arena para mas tarde darte cuenta del paso del
tiempo, un tiempo gomoso y también elástico como una goma, la
impresión que sentí al ser consciente que el agua borraba aquellas
huellas, la inmediatez de la muerte se presentó a mi conciencia.
Me quede parado,
morir es perder la conciencia, perder la percepción, dejar de ser.
Pero había tal
cantidad estímulos que empujaron ese pensamiento y estado de animo,
lo desplazaron
poco a poco, no era
el momento, solo importaba eso, “el momento”.
Es posible que ese
pensamiento lo generó mucho antes, la visión de un cielo nocturno
con tan pocas estrellas, el recuerdo del cielo de otras épocas
plagado de estrellas, con noches cerradas y paseos abiertos a la
fantasía entre los pinos y la lluvia.
Nostalgia siento hoy
por esa belleza velada que no pueden sentir los jóvenes, sin un
mundo hermoso que darles, heredando siempre los mismos destinos.
También el ser mi
cumpleaños pudo impresionar el sentimiento de la muerte.
Sera un gran
acontecimiento sin duda. Apagarse o bien disolverse en la esencia de
todo.
Tal vez fue el
regalo de cumpleaños de la vida.
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