domingo, 17 de julio de 2022

Para nadie. Para mi.

 








Cantan los pequeños seres alados entre las frescas ramas de los alrededores. El concierto a todo volumen de esos pájaros que asemejan grillos con su monótono canto, “cric, cric, cric”, está ahora lejano, amortiguado. Parece que el Sol ha terminado con su ímpetu de jovialidad alada. Este Sol, que pugna por traspasar los linderos del balcón y entrar en la casa esparciéndose entre franjas. Ya se acerca a la primera silla de plástico quemado por los años y el viento. Las sombras van apareciendo inclinadas y moviéndose lentamente, alargando las formas que rodean. El sonido de estos pájaros me trae recuerdos de ríos rápidos rodeados de verdes entornos arbolados y pletóricos, de vegetación húmeda y tierna, de mañanas húmedas entre las montañas del llamado Monasterio de Piedra. Atravesando cascadas y caminos estrechos siempre con algún paseante, algún grupo o familia mirando arriba, abajo, a los lados de tanta belleza que se quedara para siempre, impresa en la retina y los recuerdos. Cantan ahora en grupo para alejarse hacia el mar. Un grupo de unos 10 de estos pajaritos vuela en casi formación sobre mi tejado. De nuevo el inquietante cric, cric, cric arrecia con fuerza, parece emerger de todos lados. Una paloma y una tórtola parecen intentar descubrir sobre qué están posadas. Las sombras se han girado más inclinándose hasta casi tocar la cama cercana a su feudo. Pronto deberé cerrar la persiana como primera y única defensa contra esta energía desbordada y concentrada, lanzada por las ventanas acristaladas y el metal bruñido en las paredes. Mientras el corazón late algo más agitado por los pensamientos, en ocasiones tan agitados como este. Uno agita al otro en su cometido de dotar de vida al cuerpo que los porta. Uno lo dota de vida y el otro pretende dotarlo de sentido. Y al final tenemos la vida que, buscándose en los espacios vacíos, se encuentra de nuevo en los espacios ideales, plenos de fantasía y alegría siempre que no penetre el Sol del día, cegando con su fulgencia los pequeños triunfos arrebatados a la indiferente marcha del guion cósmico. La indiferencia de las personas que juegan con otras personas, para demostrar su valía. En detrimento de otras valías menos importantes. Duele el corazón encogido pero cálido por la sangre recalentada en verano. Duelen los días especiales que nadie va a recordar excepto el ser que marcha sobre el viento, contra el viento. Incluso contra sí mismo. Para llegar a concluir que no debe haber nacido en este mundo, ni en ninguno. No todavía sin nacer y presto para morir en cualquier esquina. 

Amor de Otoño en verano parte 2 

 


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