miércoles, 24 de agosto de 2022

Diario 23/08

 



El día comenzó para quien despertó tarde, con el Sol moviendo ventanas, arriba unas, abajo otras, en las ciudades y pueblos. En las playas permitiendo buscar las mejores ubicaciones en la arena, como nuevos conquistadores de tierras, clavando sus estandartes de ocio en las arenas milenarias. Manteniendo sus posiciones luchando contra otras pertenencias en forma de toallas, apartando balones y los niños tras ellos, que, chochando con tus piernas, terminan sobre la nevera portátil, la tortilla, o la cerveza ya caliente y con arena en el fondo de la lata, derramándose finalmente mientras gira sobre su eje un segundo. 

Es hora ya de irse retirando tanto el Sol, como aquellos que lo recibieron con estoico placer y cremas solares. Irán las calles animándose con el gentío. Llenando las ramblas y las terrazas de humo, de conversaciones de la tarde con café y tabaco. Entre el griterío contenido de pedidos de bebidas, de tapas y helados, se alborotan los pájaros que gritan cambiando de rama, primero uno, grupos de ellos cruzando la arboleda, llenando del color de su plumaje y tonos agudos, estridentes y alguno más melodioso y escondido cantará alegre su canción, al volar sobre las copas de los árboles, las copas de vino y cerveza. Las mesas se van llenando y vaciando de productos consumidos, de productores consumidores. De hojas que caen en cascada por el viento, por estar muertas o por desear el vuelo hasta aquel techado cercano, de colores amarillos y tenues. 

El cielo sin nubes se ve tan azul claro como si un lago tranquilo, ocupara el espacio que dará muy pronto su bienvenida a las pocas estrellas que nuestros accidentados ciudadanos podrán ver, si levantan su vista al infinito. Es una hora en que lo lejano va tornándose algo más oscuro. Se ve como recortado contra ese cielo de alpaca. Perdemos los detalles que lo definen, la textura, color para fijar, para realzar sus contornos y perímetros. Se esconden las lagartijas recién nacidas corriendo graciosas entre hojas y maleza. Mientras los gatos las miran esconderse, ociosos y siempre alerta. 

Ya noche cerrada me pilla en la zona más elevada, la caída de ayer por la escalera sobre el coxis aún es doloroso. También he descubierto dos chichones en la cabeza. Me ha servido para andar más despacio, debo controlar porque me acelero sin darme cuenta, como si tuviera prisa.  

Salir a la puerta de casa y andar pocos metros, es encontrarse entre árboles, zarzas y caminos que suben la montaña. Bancos donde sentarte por la noche en la zona más elevada, puedes ver parte de la población. Los aviones que cruzan cerca del mar. Las estrellas cuando se ven. Allí sentado a las 3 de la mañana, he sentido miedo al ver pasar los jabalíes tan cerca. He sentido también tan cercana la presencia serena de la paz de la oscuridad, de no tan solo hablar conmigo, hablar a esa otra presencia que tan fácil olvidamos siempre, por razones culturales que derivan en restar trascendencia a lo universal. Ideas como Dios, útiles como arquetipo universal. Parece ser más respetable hablar de la realidad, del Universo, el Espíritu. No dejamos de ser nosotros mismos proyectados. Y sin embargo no somos tan solo nosotros proyectados, co-creadores de lo real. Existe la fuerza de la vida dentro de cada uno. No somos nada sin esa fuerza vital. Ponemos el esfuerzo, el trabajo al creer en lo que sea, un proyecto, algo que signifique un reto. Un día o mejor una noche, hace 4 años, tras hablarme largo rato. Decidí dormir y parar el dialogo interior, sentí la necesidad de pedir guía, ayuda si existía un propósito, un destino, y si existe este destino, es o parece ser inútil pedir cambiarlo. Pero teniendo esto en cuenta, pedí por lo menos hacerlo lo mejor posible, que no me afectara negativamente si era posible. Y sí. Muchas veces las cosas se cumplen, no como tu esperabas, ni cuando deseabas, pero ocurre cuando menos lo esperas, lo has ya olvidado. Como me ocurría cuando no publicaba nada. Y se perdía todo y no podía leer esa fecha que era en verdad especial.  

 

 

 

 

Sé ahora que debo esperar un año mínimo, contra mi impaciencia impulsiva. Deseo y pido me sirva para aprender. Se respira una paz tan especial en este lugar, que tardé en darme cuenta del tesoro que me rodeaba. Demasiado “ocupado” para simplemente mirar por la ventana. Acabo de bajar de la extensión al mini anfiteatro que tenemos, donde se hacen conciertos, bailes y actividades musicales. La humedad es apreciable a estas horas de la noche, madrugada. El dolor también se acrecienta, andar no se si es bueno ahora, pero no puedo dejar de hacerlo. Es ya un hábito que considero saludable, y que me permite salir de la cueva. Y me ha dado buen rollo. Un día lo contaré porque ahora me da cierta “vergüenza” por cómo pueda interpretarse, pero es muy gracioso para mí y los implicados.  

Deseando mañana sea menos intenso el dolor del coxis, la mente más tranquila agradece volver a soñar. Tengo un mapa y solo debo esperar que cese la lluvia para abrirlo, al Sol, y trazar el rumbo hacia los vientos y la lluvia suave, el terreno fértil y sano para crear un sueño alegre, bailar entre las flores que deben crecer y ser alimentadas con la vida cada día. Con libertad y ganas de encontrar lo mejor, en lo cotidiano. Magnificar lo bueno sin esconder lo malo. Atreverse a ser uno como se percibe. Atreverse a cambiar siempre que sea para mejor. Atreverse a vivir de verdad, libre y con confianza en el futuro. 



Ángel Navarro Batista © 

Diario 23/08/2022 © 


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